lunes, 24 de marzo de 2014

LA VIRTUD DE HABER VIVIDO.


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Lisandra Fariñas Acosta
— ¿En qué piensa usted mi viejo?
— ¡Ay joven! En ese extraño  modo que tienen de ignorar que existo.
— ¿Qué dice usted? Aférrese a la vida, ella nunca da la espalda. No olvide que mientras se vive se sigue siendo útil.
— Trato de comprender. Pero, ¿y ellos? Pasan siempre de largo, sin siquiera profesar un gesto, una sonrisa de amabilidad. Ante sus ojos no soy más que basura, material inservible que ha caducado con los años.
—Solo los ojos de los necios no verían la virtud. Son precisamente los años que hoy carga en sus espaldas lo que lo hace más valioso. Cuánta experiencia acumulada. Cuánto necesitamos todos escucharla.
— ¿Sabes una cosa? Yo un día también fui joven. Di a la sociedad toda la fuerza de mis brazos, trabajé duro. No es justo que me traten ahora como carga.
— Tiene usted razón mi viejo. La sociedad está en deuda. Le toca ahora velar por usted, retribuirle.
El mundo es hoy un vaivén de desaciertos, de irrespeto al otro. Pero no todos. Solo unos pocos desconocen la belleza, el coraje de haber vivido tanto. Esos llevan el alma vacía, plagada de ignominia. Esos no merecen uno solo de sus pensamientos.
Aférrese mi viejo, aférrese usted a la gente buena que lo ama, que respeta tanta cana peinada; que sale cada día a la calle sin perder la ternura al hablarle, al llamarle. Aférrese a esos que ven en usted un ser útil, lleno de amor y vida como el abuelo.

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