miércoles, 28 de noviembre de 2012

Recuerdos de mi infancia y logros de mi juventud


Nací en un pueblecito de la provincia de Valladolid en el año 1944, soy la mayor de tres hermanas.


 En mi casa no sobraba nada pero tampoco faltaba. Mi padre un modesto agricultor, muy trabajador, con el que yo estaba muy unida pues éramos cómplices en muchas cosas, permitía que mi madre comprara galletas y Cola Cao para sus tres niñas.

Teníamos una cabra que nos proporcionaba el desayuno diario y dependiendo de la época del año, aún sobraba para hacer natillas y flanes. 

De los torrenillos del cerdo que era lo que en aquellos tiempos se almorzaba en las casa, solo me comía la corteza. El resto me era imposible masticarlo, nunca toleré la grasa, y cuando la decía a mi madre que  me gustaban los del morro, esta me contestaba...

"¡Son para tu padre, que es el que va al campo!"

 Cuando mi padre venia del campo, yo solía salir a su encuentro, pues a veces me traía algún que otro pajarillo que encontraba por el surco y el día que había tocado torrenillos del morro para comer, me decía por lo bajito para que no se enterara  nadie. 

"Hale chiquita, vacía la alforja."

Yo sacaba el talego, la botija, el barril...ya esta, 
"Pero ¿has mirado en la fiambrera a ver si ha sobrado algo?"  

 Desataba el talego a toda prisa,  sacaba la fiambrera y allí estaba el torrenillo de morro. Cuando pude comprender que mi padre pasaba el día trabajando de sol a sol, por comida un trozo de pan con unos torrenillos de la careta del cerdo y no se comía todo para dejarme a mi el que me gustaba, esa admiración que yo tenia hacia  el , se acentuó aún mas.

Mi madre confeccionaba todos nuestros vestidos, que eran de admirar. Cuando iba a la tienda de la señora Amparo, esta me levantaba todo para arriba y me miraba las puntillas de las enaguas, esto era un día sí y otro también, la encantaba, ella tenia 4 niñas y 2 niños pero pasaba todo el día en la tienda sin tiempo para nada y se complacía viéndome a mí. 

El vestido de mi primera comunión, también lo hizo mi madre, todo un lujo para aquellos tiempos.

Recuerdo aquella bicicleta que me compraron, con una red en mitad de la rueda trasera y unos adornos que colgaban del manillar en hilo de seda muy brillante y de colores muy vivos, como mi padre me sujetaba calle arriba calle abajo hasta que aprendí a conducirla.

Cuando no tenía escuela, mi padre me llevaba con él al campo, más que nada para que le hiciera compañía y mientras él escardaba, a mi me mandaba bajar a Fuente la Peña a llenar la botija de agua fresca y dar de beber a Noble el macho que  nos llevaba y traía a casa.

 Pero a esta niña de piel tan blanca el sol se la comía lo pasaba mal y no me gustaba ir al campo.

Al terminar la escuela me mandaron a Valladolid a casa de un familiar, para aprender a bordar a máquina.
Hice muchas labores, entre ellas, unos roquetes para los monaguillos que me mandó hacer el cura Dº Marcos, juegos de sábanas para toda la familia, todo ello sin cobrar nada, antaño... era así.

Yo no me resignaba a quedarme en casa haciendo bonitas labores.
En una ocasión, escuché a mi padre hablar con mi madre, se lamentaba de no tener un chico que le ayudara en sus faenas, cuatro mujeres en casa y el solo para trabajar... mal íbamos.

Creo que le di el gran disgusto marchándome con una prima que tenia en Cornellá (Barcelona) para poder trabajar en otras condiciones.

Allí aprendí de un catalán, como funcionaba la confección en cadena. Pasé dos años en un taller con veintitantas personas que me querían mucho y cubrían todos los afectos que yo pudiera echar en falta al no estar en mi tierra y con los mios.

Por problemas de la vida tuve que volver al pueblo y busqué trabajo en Valladolid para confeccionar ropa en casa.

 Conocí a una pareja de jóvenes recién casados y algunos años mayores que yo, que acababan de montar su empresa. Comencé con ellos y como en una gran familia fuimos avanzando.

En casa se compraron dos máquinas nuevas ante la preocupación de mi padre que preguntaba como se iban a pagar, pues valían más que lo que el hacia de cosecha durante todo el año. Le tranquilicé explicándole como funcionaba aquello: "Mira padre, si hay trabajo, hay ganancias y si no es así, yo me marcharé nuevamente hasta pagarlas".

Esto no fue necesario, junto con mi madre y mi segunda hermana, formamos una cadena y trabajábamos todas las horas que nos permitía el día, que eran muchas.

Comenzamos a cobrar de 10 a 15.000 pts al mes o cuando se terminaba la partida que tocaba hacer. En mi casa por aquella época, nunca había entrado tanto dinero junto. Se pagaron las máquinas, se compro lavadora, televisión, se arreglo la casa y cuando  venían a traer más labor y recoger lo terminado y le preguntaban a mi padre por la cosecha del campo, este respondía...
"Bueno, que venga como Dios quiera, yo ya  tengo la cosecha durante todo el año en casa". 

 ¡Lástima! Pues mi querido padre disfrutó pocos años de esa cosecha que según el entraba durante todo el año en casa. Nos dejó muy joven, pero lo hizo tranquilo, sabiendo que no quedaba desamparadas a sus cuatro mujeres, que estas eran valientes y sabían ganarse la vida por si mismas.

Lo que nunca supo mi padre es … que esa otra cosecha que se recogía en casa, también la sembró él, pues de él aprendí entre otras muchas cosas, el amor al trabajo, la fuerza para afrontar los problemas  creciendo  con ellos y ese tesón por querer hacer las cosas bien.

Mi hermana pequeña pudo estudiar y hoy es una gran médico amante de su trabajo y sus enfermos.


Enma. 

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